El jurado del “III concurso literario de relatos cortos: estiba portuaria” decidió el pasado 20 de octubre, por unanimidad, conceder el primer premio al relato titulado “Amadeo, el viejo estibador” del escritor Miguel Ángel Carcelén Gandía. Hemos querido conocer de cerca al autor y su motivación para presentarse al certamen de ANESCO, así que hoy ofrecemos una pequeña entrevista al ganador de esta tercera edición.
Nacido el 16 de febrero de 1968 en Villalgordo del Júcar (Albacete) cursó estudios universitarios en Valencia y se licenció en Antropología en la Universidad Pontificia de Salamanca. Ha trabajado y vivido en Madrid, Jerez de la Frontera, Ibiza, Castellón, y en la actualidad reside en Toledo, donde compagina la actividad literaria con su profesión como funcionario de prisiones y la dirección de Publicaciones Acumán, una editorial solidaria que dedica sus beneficios a varias ONG. Tiene más de treinta novelas publicadas, así como libros de recopilación de artículos periodísticos y cuentos. A lo largo de su trayectoria literaria ha sido galardonado en más de trescientas ocasiones, tanto en novela, como cuento, poesía y teatro.
- Tras una dilatada carrera como escritor y habiendo obtenido numerosos reconocimientos ¿A qué se debe su interés por el sector de la estiba? ¿Es su primera incursión literaria en la temática marítimo portuaria?
Mi interés por la estiba vino de rebote. Tuve en Ibiza un compañero de trabajo, Joaquín, cuyo padre había sido estibador en el puerto de Valencia durante toda su vida. El trabajo en aquel centro era muy tranquilo (soy funcionario de prisiones), pero un día tuvimos que hacer frente a un altercado bastante grave. A su término, mi compañero, con el uniforme desgarrado y chorreando sangre, me dijo: “Y lo peor es que estas cosas no se las puedo contar a mi padre, porque siempre me sale con que no me queje, que esto son vacaciones comparado con la estiba”.
Desde entonces, aquella frase se quedó como chascarillo al que recurrir cuando surgía alguna situación comprometida: “Esto son vacaciones comparado con la estiba”. A raíz de aquello escribí un cuento de ambiente marinero que tocaba de pasada el asunto de la estiba, y que tuvo la suerte de ser premiado en el certamen literario de “Santoña… la mar”. Ésa fue mi primera incursión en la temática marítimo portuaria; la segunda ha sido ésta, y también con fortuna.
- Para gran parte de la población, el sector de la estiba es un sector desconocido, motivo por el que ANESCO decidió poner en marcha este certamen, con un interés divulgativo. Usted no procede de un entorno familiar y laboral marítimo ¿qué percepción tenía antes de escribir su relato? ¿la ha cambiado?
He de reconocer que, antes de coincidir con Joaquín, yo sabía que la estiba tenía relación con los puertos, pero muy poco más. Gracias a aquella amistad, mi conocimiento e interés por ese mundo fue creciendo, a título de curiosidad, sí, pero curiosidad que sirvió para desechar tópicos. Mi idea original consistía en igualar al estibador con el encofrador: dos tipos duros que hacen de la fuerza física su modo de vida, aunque en medios diferentes. Ahora veo lo simplista que era aquella percepción. Si tuviera que quedarme, ahora, con una sola palabra para intentar definir estiba, elegiría, no fuerza, sino lógica. Así que, sí, mi percepción ha dado un giro tremendo.
- El protagonista de su relato es un antiguo estibador, un lobo solitario amante de la literatura. ¿Cómo construyó el personaje? ¿Era su pretensión romper algún estereotipo?
El protagonista del relato es estibador, sí, fuerte, porque a una edad avanzada todavía tiene energías suficientes para mantenerse él y emplearlas en ayudar a sus semejantes; sin embargo, no sólo es fuerte, sino que es inteligente, observador, curioso, detallista, solidario, instruido, amante de los animales, de la música, de la literatura. El personaje me vino dado, en parte, por lo que mi compañero contaba de su padre, y en otra parte no menos importante, por lo que yo iba averiguando por mi cuenta. Es verdad que no procedo ni de ambiente ni de tierra marinera -creo que es de los pocos fallos que tiene Albacete-, pero tuve la suerte de vivir durante cinco años en Valencia, uno en Cádiz, otro en Ibiza, casi dos más en Castellón… y allí, lógicamente, se respiraba mar y casi todo decía relación con el mar. En Amadeo, el protagonista, quise aunar los rasgos que yo atribuía al estibador cuando ese mundo me era desconocido por completo, con los que había ido descubriendo, no por denunciar o romper estereotipos, sino para demostrar que los reduccionismos son muy irritantes y empobrecedores. Un estibador puede ser un Hércules, sin tener que llegar a realizar apenas esfuerzo físico en su labor, y no por ser un Hércules, debe estar reñido con el amor hacia la literatura, por ejemplo. La realidad es siempre mucho más rica que nuestros esquemas mentales y, tal como quise demostrar con el cuento, mucho más poética, incluso en temas que, en principio, no parecen prestarse a ello.
- Su profundo conocimiento de los entresijos policiales, hace que gran parte de su obra se conforme con novelas negras, ¿para cuándo una relacionada con la estiba portuaria?
Escribo sobre todo relato y novela negra, novela penitenciaria, porque es el mundo que mejor conozco. Es un ejercicio de pereza: no tengo que idear argumentos, ni crear personajes ni escenarios, todo eso, lo más complicado y, a veces, lo más aburrido para los escritores, ya me viene dado por mi trabajo. Tengo la ventaja y la suerte de no necesitar idear tramas, se las robo a la realidad. Sin embargo, sí que me he atrevido con otro tipo de novelas: romántica, histórica…, e incluso he perpetrado alguna ambientada en el mundo de la mar, “A quien devuelva el mar”, que el año pasado quedó finalista en el Certamen de Novela Letras Marinas, de Argentina. No descarto situar algún capítulo de próximas novelas o dedicar alguna por entero a la estiba; realmente, por lo que he llegado a conocer, es un mundo que da para una auténtica saga.
- Usted fundó y dirige Publicaciones Acumán, un proyecto solidario que destina todos sus beneficios a ONGs ¿a qué se debe el carácter altruista de su obra?
Comencé a escribir por afición, como casi todo el mundo, a una edad temprana. Participaba de vez en cuando en algún concurso literario y poco más. Siempre me ha gustado muchísimo más leer que escribir. Una hermana, Sole, se fue como enfermera voluntaria a República Dominicana y, gracias a ella, yo también viajé a aquel país, conociendo la pobreza de primera mano. Lo malo es que luego vuelves a España, al mundo acomodado y, poco a poco, te vas volviendo a acostumbrar a tu vida, y la miseria de los demás te sigue aguijoneando, pero no con la misma intensidad. Y tú sabes que en Haití los críos se siguen muriendo porque sus padres no tienen para pagar lo poquísimo que cuesta un tratamiento de sales orales, pongo por caso, cuando tú te gastas esa cantidad, multiplicada por cinco, en un triste café, y te tienes que ocupar de llevar el coche al taller, de acudir a la reunión de vecinos, de comprarle el regalo de cumpleaños a tu sobrina… Vengo a decir que dejas que la vida, tu vida, te envuelva, y olvidas lo fundamental. Mi decisión, muy modesta, para impedir que esto no terminara de ocurrir fue dedicar todo lo que me reportara mi actividad literaria a financiar proyectos de ayuda al desarrollo en países empobrecidos, creando, a la par, Acumán.
- De usted ha dicho Vázquez Figueroa: “Es un hombre que sabe relatar, sabe crear personajes dotados de auténtica vida y, sobre todo, sabe retratar el ambiente en el que se desarrollan sus relatos”. Amadeo es un personaje entrañable con una historia que conmueve, un hombre bueno amante de los libros y el conocimiento ¿cree que la sociedad actual necesita de “Amadeos”?
Tuve la suerte de conocer a Vázquez Figueroa, nos invitó a su casa, nos recibió como a amigos, y, aunque ya lo admiraba como escritor, desde aquel encuentro, lo admiré todavía más como persona. Siempre que hemos solicitado su colaboración para causas solidarias, ha dicho que sí. Una de mis primeras novelas se situaba en Santo Domingo, lugar donde él había estado trabajando de corresponsal de guerra durante la Revolución Caamañista, por lo que aceptó, encantado, prologarla, pues conocía y mejoraba lo que se relataba en mi libro. El mundo necesita muchos Vázquez Figueroa y, sí, definitivamente, muchos Amadeos, no sólo por lo que son y hacen, sino, fundamentalmente, porque eso que predican y llevan a la práctica, siendo algo tan enriquecedor para la sociedad, lo transmiten; quiero decir que no se conforman con llevar una vida digna según sus principios, saben que si esos principios no se inculcan en las venideras generaciones, habrán servido de remedio pasajero para una época, no de solución definitiva, esos principios han de inculcarse – nunca imponerse- en los hijos, en los alumnos, en la gente joven. Eso Amadeo lo hace magistralmente: prepara a un digno sucesor al estilo de la escuela peripatética, cual Aristóteles de nuestro tiempo, deja que su ejemplo y su enseñanza vaya calando en su joven amigo mientras caminan a lo largo de su incipiente vida. Por desgracia, en la actual sociedad, en demasiadas ocasiones, todavía más de como sucede en el cuento, a los Amadeos se les suele tachar de retrógrados o dogmáticos.